Sólo en la oscuridad se ven las estrellas

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Muchas veces a lo largo de nuestra vida nos lamentamos de nuestra mala suerte por padecer una u otra enfermedad, por haber encontrado en nuestro camino algún indeseable en forma de jefe, de vecino o familiar. Pero debemos ver más allá, porque solo así habrá merecido la pena.

En esas situaciones, en las que te ponen a prueba, te exprimen al máximo, te sacan de tus casillas y hasta te desesperan, sacando tus defectos, hemos de tener muy claro que la intolerancia, la incomprensión, la venganza, el rencor y el no perdón son las mayores vergüenzas de un ser humano.

Todo el mundo sabe que un deportista, o en realidad cualquier persona, debe esforzarse, saber sufrir, apretar los dientes, aguantar el dolor y, muy importante, corregir fallos, limar asperezas para luego poder saborear el disfrute del éxito. Éxito que se convierte en placer cuando pasa por un aprendizaje que te acompaña durante toda una vida.

Hagamos de esa palabra que llamamos enfermedad una fase adaptativa de salud que nos incite a replantearnos las cosas, hacer un alto en el camino, cambiar de dirección; porque será solo entonces cuando habrá cobrado sentido. Hemos de dejar de quejarnos y mirar hacia otro lado como si con uno mismo no fuera la cosa, que dejemos de ser víctimas quejosas y achacosas. No es fácil, claro que no, porque el sufrimiento no es agradable; pero es importante transformarlo en oportunidad de cambio, en valentía, en fuerza para iniciar una nueva vida. Es entonces cuando la enfermedad desaparece y deja un poso de sabiduría.

Hagamos de ese político, de ese jefe sin escrúpulos, de esa persona que nos amarga la vida, no un depósito de odio y rencor (sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero por algo se empieza), sino la oportunidad para cambiar de camino, de elegir otra opción que nos haga más felices. Muchas veces la propia luz hace daño y nos ciega; pero en cuanto la pupila aprende y se ajusta, alumbra situaciones y destinos nuevos.

Hubo una persona que pasó a otra dimensión hace no mucho tiempo, que contaba con razones más que suficientes para vengarse y odiar. A ese hombre lo encerraron injustamente  18 años en la cárcel de Robben Island. Dieciocho años en los que durmió sobre una esterilla en una celda de cuatro metros cuadrados, con un cubo de hierro como inodoro, y al que sólo se le permitía una visita de 30 minutos al año. Esa persona se llamaba Nelson Mandela, y cuando salió de la prisión consiguió acabar con el racismo en Sudáfrica utilizando como única arma el diálogo, la compasión y el perdón, lo que hace al ser humano ser verdaderamente humano.

Aprovechemos las situaciones que nos descolocan, que nos empujan y nos sacan del camino que seguimos, porque quizá eso nos indica que ese no era el camino que más nos convenía.

Hagamos de nuestra vida la gran MAESTRA, esa es la única forma de entender y comprender el sufrimiento y dolor; la única forma en la que cobra sentido y otorga a nuestra existencia atributos de belleza y perfección. Veamos más allá, porque la vida no entiende de sentimentalismos humanos particulares, es mucho más grande que todo eso.

Intentemos imitar a uno de los más grandes discípulos que jamás tuvo esa gran MADRE y MAESTRA, que es la VIDA.

Juan Carlos Gálvez
Biólogo y Naturópata

One Comment

  • Mar

    Una buena reflexión, me ha gustado mucho, porque justamente he tenido un jefe y compañero de trabajo complicado y efectivamente el rencor y el no perdonar es la mayor vergüenza del ser humano. voy en paz porque lo he perdonado

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