Se nos está escapando el problema de las manos…

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He tenido ocasión de oír en un vídeo a Emilio Calatayud (juez de menores en Granada, en Montellano), durante un taller de ciberacoso (Ver video), sobre el cambio que se está produciendo en el paisaje delictivo entre los menores, y también entre los que han alcanzado la mayoría de edad, pero que aún se ven obligados a vivir en casa de sus padres.

El juez dice que “no ha interesado transmitir el 2º artículo que está en vigor, el artículo 155 del Código Civil”, donde se habla de los deberes de los hijos hacia sus padres, y se lamenta el juez de que no se ha exigido suficientemente a nuestros hijos—inclinándonos (y ahora hablo yo, el que escribe el artículo) irresponsablemente hacia ese escudo que nos proporciona la ley: lo de que el menor (nuestro hijo) tiene derecho a esto, lo otro, y todo lo demás que se nos ocurra arrojar bajo ese paraguas protector de la ley: “protector”, porque nos proporciona la excusa de no ejercer como padres—ese duro trabajo de enderezar al hijo, ¡a tiempo!, cuando se tuerce, y, para dar fuerza y cuerpo a nuestra lección, el acompañar a ésta del ejemplo: el enseñar con el ejemplo—el ejemplo  constante: ¡uf! Qué duro. Con la de cosas que tengo yo que hacer: que hacer en este mundo tan dedicado al individuo, a mí, y a mí, “y a mí, también”, dice otro individuo muy individuo.

Después pasa el juez a hablar de los delitos que se dan de manera creciente, en los que necesariamente intervienen el móvil, el internet, la Tablet. Se pregunta por qué no se protege al joven de las consecuencias perniciosas del mal uso, o del desconocimiento o inconsciencia en el uso de estos poderosos aparatos y medios que caben en la palma de la mano, pero que son capaces de cambiar el mismo tejido social y destrozar con suma facilidad (la facilidad del que actúa en manada, del que tiene “pensamiento” de manada, del que no es más que un ser tribal inferior del siglo XXI, espeluznantemente inferior al miembro de una tribu del Amazonas, quien sabe perfectamente cómo sobrevivir, inteligentemente, en su medio, amarlo, ser uno con él; es decir, un ser humano ejemplar e iluminado, diría yo), y con esa baja, vulgar y cobarde facilidad, destrozar la vida de alguien que no comulga con su bárbaro parecer o incoherente balbuceo de agua fecal de alcantarilla que recorre lenta, abotagada (neuronalmente), incapaz de ser nada más que eso, una viscosa y pestilente masa de nada más que porquería que se extiende, se metastasea [he acuñado un verbo] como cáncer vulgar y mortal—El juez no dice todo eso. Pero yo añado mi parecer a sus palabras.

¿Recuerdan que hace no mucho estaba muy en boga la palabra “ludópata”? ¿No es extraño que se prodigue tan poco en los medios últimamente, como si hubiera una conspiración para ahogar ese concepto, pues al usarlo y entenderlo, y entonces ver cuántos son literalmente incapaces de retirarse de sus móviles, esos aparatos o juguetes sofisticados (que pueden—claro que sí—utilizarse con fines útiles y beneficiosos) que tantos juegos les proporcionan, tantas “actividades” “super-extra-mega repetitivas—que tanto me molan que por eso lo voy [no, boi] a hacer [no, azér], otra vez, y again y again, hasta que me harte [no, árte]….” Cuando uno ve todo eso, y entiende el concepto de ludópata, ¿no es eso ludopatía—una masiva epidemia de ludópatas cibernéticos y mediáticos?

Yo uso poco el móvil, confieso. Pero como instrumento que es, soy capaz de reconocer sus virtudes: Las tiene, y muchas. Nos ayuda a ubicarnos, a que nos localicen en caso de que nos hayamos perdido, nos permite acceder a servicios médicos inmediatamente, cuando la ocasión urge; podemos pedir auxilio a la policía, acceder a información útil, buscar trabajo, mandar currículums [o “curricula”] u otros documentos; puedes pagar facturas, etc. etc….. Yo, que no uso mucho el móvil (debo de ser un tecnófobo, entre mis mil y otras rarezas), no aprovecho consecuentemente mucho los beneficios que esta moderna maravilla tecnológica, que es el móvil (más compleja, tengo entendido, que la tecnología a bordo del Apollo 11, que llevó al hombre [americano] por primera vez a la luna en 1969). No soy, pues, el más indicado para criticar el mal uso que se haga del móvil; ni siquiera estoy cualificado para ensalzar sus virtudes; pero, como cabezón que soy (es decir, no puedo renunciar a las indelebles impresiones que me produce mi entorno), insisto—tenga o no razón—que  la mayor parte del tiempo, la relación que se tiene con el móvil y con otros aparatos al servicio de la mal-entendida palabra “comunicación”, es de carácter ludopático, repetitivo y bobo….. Algo parecido, supongo, pasa con el vino. Los médicos nos lo recomiendan; es sano para el corazón; quien entiende de vino y sabe beberlo, suele ser persona cultivada; el cultivo de la vid y los ritos entorno a la consumición del vino, su poder para crear lazos sociales de calidad, su fuerza impulsora en el origen de nuestra cultura mediterránea y universal, etc. son aspectos más que admirables: el vino no sólo es vino, el dulce y luego embriagador líquido de la uva, después de encubado [por lo de la cuba de vino] y fermentado y servido con elegancia en el vaso apropiado, acompañado de buenos amigos y buena y enriquecedora conversación, y un cierto abandono también—que está en el origen de los ritos órficos, en la antigua Grecia, en los que se rendía, cómo no, culto muy serio a Dionisio, dios del vino, la fertilidad y el drama (¡lo que da de sí eso de embriagarse como Dios, Dioniso o Baco manda!); el vino era el inicio del rito, y el rito te permitía (en tu abandono) alcanzar un estado semi-divino y ser más que un hombre o mujer cotidiana, atado a lo terrenal, incapaz de música, drama, soliloquios plenos de maravillosa enajenación—en fin, todas esas cosas que en un estado normal humano no se consiguen, y que, de alguna forma han hecho al hombre. Pero, pero, pero….al igual que con el móvil, la relación que se tiene con el vino en todo el mundo es, de manera abrumadora, la de un vulgar borracho, que le da igual que sea vino o lo que sea; no bebe para enajenarse del mundo y alcanzar un estado superior humano y social (a costa de un poco de cirrosis, claro está; que nada es gratis); bebe ya por beber; no sabe ya por qué bebe; su necesidad de liberarse de lo cotidiano y del esfuerzo y sufrimiento que ello supone, invade como Tsunami sus neuronas, como el que anda perdido por el desierto y necesita agua sin ya ni siquiera saberlo (sin que ya intervenga su razón en ello); beberá desesperadamente para mantenerse vivo o matar el desierto que es su vida, y en el proceso de salvarse llevará a cabo (sin saberlo) su autoaniquilamiento—operación perfecta, sin intervención de la razón, es curioso.

Hace falta, urgentemente, un tipo de padres capaces de decir ¡NO! a sus hijos, de enderezarlos, de darles tiempo y amor. Ese tipo de padres casi siempre cría y consigue un hijo bien equilibrado, maduro tanto intelectual como emocionalmente. No hace falta ir a Harvard para esto, ni hacer cursos caros y exóticos donde se añaden mil y uno aderezos finos y modernos a lo obvio.

El hacer que lo obvio se eleve a lo sofisticado produce el efecto narcótico de sentirse uno en paz consigo mismo, pues eso en lo que estoy fracasando, que es la educación de mi hijo, y que yo debería saber resolver, pues la naturaleza me ha otorgado esa capacidad moral, eso, decía, es en realidad “algo muy complicado”: una triste versión de aquello de “yo soy de letras, no de ciencias”.

¿Por qué se duermen los padres (no todos, pero sí muchos)? ¿Tendrá algo que ver con el hecho de que ellos también son criaturas de una sociedad en la que no conviene cultivar la voluntad ni pensamiento propio, y se estimula (¡gran y amada palabra en la presente sociedad!) lo de dejarlo todo, todo, todo en manos de esas miles y miles y miles de soluciones que se nos ofrecen para todo? [“….en la que no conviene al individuo cultivar la voluntad ni pensamiento propios…” Y, sin embargo (¡misterio social y filosófico!), ¿cómo es posible, entonces, que sea la nuestra una sociedad de un individualismo tan rabioso? ¿Será  que el individuo que es el más absoluto centro de su universo (un universo, en este caso, que consiste en objetos que despiertan y sacian un hambre y sed que anida en su fondo—el del individuo—instintivo, animal; y también apaciguan miedos que también se remontan a sus orígenes más ancestrales, que duermen con un ojo abierto en lo más atávico de este ser llamado hombre, que es hombre cuando lo decide, quiere serlo, cuando se comprende a sí como hombre)…? ¿Será, decía, que el individuo que es el más absoluto centro de su universo, aun viéndose como el centro de todo, a quien todo debe obedecer y satisfacer en sus deseos, apetencias, exigencias (mas no “ideas” o “principios”, es curioso), carece precisamente de pensamiento y voluntad individual—sino que, sin saberlo, deja que el colectivo, o “su manada”, actúe a través de él, creyendo el desgraciado individuo que es ÉL quien piensa y desea?]

Después de preguntar por qué se duermen los padres, pregunto ¿por qué se ha dormido el sistema educativo? En fin; a poco que se piense, obtendremos respuestas interesantes.

Pensad, por favor.

Antonio Nieto López
Maestro – Profesor de Inglés

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