Poner al mundo patas arriba de manera muy lógica

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El cerebro: esa última frontera para la ciencia. Aún es territorio oscuro que se resiste. No se acaba de alcanzar el “corazón”, la esencia, el fundamento, el sanctum sanctórum de lo que es el cerebro, aquello donde confluyen y se hacen uno, por una parte, el sinfín de conexiones electro-químicas entre las sinapsis neuronales (en una palabra, la prodigiosa actividad neuronal del cerebro, que es algo físico) y, por otra, la conciencia, la mente, la psique, el yo, el recuerdo, la historia personal y colectiva (vivida—no como una serie de hechos), la intuición, la imaginación, la previsión (el anticiparse a los hechos y así determinar el futuro—el futuro humano, el que el humano vive), el amor, el odio, la compasión, Dios, el todo, la nada, la idea (estructura mental que intenta atrapar, captar la realidad—que, a su vez, no es más que algo que brota y florece en los fértiles campos de la conciencia, pues no es lo mismo la ruda realidad física, material, que esa misma realidad tal y como es vivida, sentida, pensada, interpretada, transformada, venerada, adornada, engrandecida, anulada, etc.).

Nunca se halló un sentimiento o una idea anidando entre el prodigioso amasijo que forma la nunca fija red neuronal. No existe, como objeto, un sentimiento o una idea. “Tan sólo” (y ésa es su grandeza y la razón por la que no lo alcanza la ciencia empírica) se puede vivir desde dentro, y desde dentro es capaz la idea o el sentimiento de abarcar el universo entero, como cuando nos preguntamos: ¿Tiene límite el universo? ¿Es uno? ¿Qué hay más allá de él? ¿No es eso otro también [el] universo? ¿No termina, pues, el universo? ¿Cómo puede ser uno entonces, si no acaba nunca de definirse? ¿Cómo puede existir algo que por definición está permanentemente a un infinito de llegar a ser?  Algo así debe de ser igual a (en términos matemáticos) “0 + 1/10n —>infinito”, es decir, casi nada; un leve parpadeo, un apenas desperezarse, despertar y empezar a ser.

Todo esto no es más que “algo” dentro de una conciencia, la mía, la del ser humano, cuando se pregunta, piensa, y se proporciona a sí mismo una imagen lógica que satisfaga su inquietud natural. Pero nunca será algo que pueda comprobarse empíricamente. Nadie nunca podrá fotografiar los límites del cosmos—porque no existen, y sólo se manifiestan como una idea, como un fruto de la conciencia…..Y habría que preguntarse si lo que concebimos como Cosmos no es, en gran medida, tan sólo una grandiosa idea—un inconcebible e ilimitado algo que responde y se conforma al volumen y dinámica de nuestras preguntas, de nuestra inquietud, de nuestro tener que justificar nuestra existencia (presente, pasado y futuro) y lugar. “No puede ser que existamos de cualquier forma, por puro azar, en algo que no sea exactamente ese vasto, ilimitado, incomprensible Cosmos (“orden” en griego)”, que va desnudándose, revelándose al compás de la batuta que manejan y mecen, lenta y dubitativamente, nuestras inquietudes y necesidades y nuestro horror al vacío existencial, al hecho de ser y estar aquí sin ninguna gran y majestuosa explicación. Y, sin darnos cuenta, damos con la garantía absoluta, la absoluta necesidad, la justificación mayúscula: Dios.

Nadie nunca podrá escarbar en un cerebro, entre las minúsculas neuronas, y hallar la forma empírica de esa idea que, por ejemplo, se plantea la posibilidad o necesidad de que el cosmos tenga límites. Esta realidad, una vez más, sólo puede ser pensada, vivida, desde dentro.

La ciencia sabe que en ésta o en aquella zona del cerebro, en éste o aquel hemisferio de nuestro órgano pensante, se da tal o cual actividad mental, o sensación, etc. (y podemos describir estas actividades—desde nuestro interior, desde el pensamiento o conciencia misma), pero no puede la ciencia acceder empíricamente—ver desde fuera, como si de un objeto del cerebro se tratase—a eso que se produce cuando las neuronas interactúan.

Ligándonos a lo que decía Kant, no sabemos cómo será la realidad en sí, independiente de todo pensamiento o conciencia de ella (es decir, independiente de su estar transformada por la conciencia o la mente), ni si es posible una realidad independiente de un pensamiento, o una realidad que no pueda ser pensada, captada por una conciencia—ya sea la nuestra o una más elevada, incluso la conciencia suprema, que sería la de Dios—pero eso nos conduciría al pensamiento de Berkeley, para quien “esse est percipi”—el ser, la realidad, sólo existe como algo percibido, como puro contenido mental [puesto que, para Berkeley, lo que no existe no puede percibirse. El que algo exista sin que se lo pueda percibir es absurdo. Su forma de existencia cae exclusivamente dentro de la percepción, la conciencia, el pensamiento, puesto que si parte de “x” no pudiera percibirse o pensarse, según Berkeley, simplemente no existiría]. El que (pongo un ejemplo) no pueda percibir yo el otro lado de una naranja (y siempre se ve sólo un lado), no quiere decir que no exista. Pero si existe, cuando así lo compruebo, no puede existir más que como contenido mental. Todas las partes de la naranja existen para mí (cuando he podido comprobar que a la naranja no le falta ninguna parte) como una percepción completa de la naranja. La naranja completa es un contenido mental, para Berkeley, y pensar que pueda existir efectivamente una parte de la naranja que no sea exclusivamente un pensamiento o percepción de ella, es absurdo. Así razona Berkeley.

La realidad para nosotros es la nuestra, la que nace de la confluencia de nuestro cerebro y nuestra conciencia o mente. Ahora bien, el que la conciencia humana sea algo que posee determinadas características y que sea un indefinible “algo” que genera una realidad propia y profunda para el ser humano, en la que vive éste, en la que hunde las raíces de su humanidad, y no simplemente es algo (como una pantalla) donde queda más o menos objetivamente representado lo que ocurre en aquello en lo que está inmerso el ser humano: la realidad física indiferente, no-humana, simplemente ella misma; el que la conciencia humana, decía, cumpla las anteriores características o esté sometida a ellas, no significa que cada ser humano o cada conciencia humana es simplemente una reproducción individual de una realidad colectiva. Cada ser humano es único. Con cada ser humano, la realidad humana colectiva se expande y enriquece. Y a cada ser humano al que se subyugue o se someta a condiciones infrahumanas, o a quien no se alimenta su espíritu, a quien no se le dan alas para que pueda volar hasta su auténtica y única altura humana propia, es una pérdida para la humanidad, es una mengua y empobrecimiento de la conciencia humana colectiva. Es una realidad humana colectiva menguada, reducida, empobrecida.

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Educar a un niño es tener ante nosotros un material prodigioso y vulnerable (moldeable), que puede adquirir un número incalculable de formas. Tenemos niños que por naturaleza son más creativos; hallan respuesta a problemas y situaciones donde nunca antes hubo un catálogo bien ordenado de semejantes respuestas, ni siquiera, tal vez, el problema mismo: el niño creativo puede incluso inventar un problema para dar solución a algo que nunca existió; o puede definir algo de su realidad, convirtiéndolo en un problema, en una estructura, en una interpretación pictórica, musical, lúdica, etc., para poder abrirse a sí mismo un camino que le lleve a una satisfacción coherente y magnífica (si no exuberante) de algo profundo e indefinible y único que, como ser humano que es, le inquietaba.

También tenemos a niños en los que predomina el hemisferio izquierdo de su cerebro, para quienes la realidad (su realidad particular y única) se desdobla no menos creativamente (puesto que la propia conciencia humana es pura creación, ya sea la de una realidad que se ajusta a parámetros lógicos, matemáticos, espacio-temporales, ya sea la de una realidad que se superpone a la rigurosidad de la realidad lógica, se ausenta de ésta, sin perderla del todo de vista—lo que le ocurre al enajenado—), y la recrean y experimentan con ella, e incluso le aportan dimensiones a la realidad lógica, dimensiones que después ésta incorpora en sí muy gustosamente… Hay niños más lógicos, decía, que ven la realidad como una estructura, donde las piezas y partes tienen que ajustarse unas con otras, o donde una pieza o parte sigue necesariamente a otra; ¡pero! las piezas pueden quitarse y pueden colocarse otras en su lugar que cumplan la misma función o incluso refuerzan la estructura general. Se puede ser lógico y creativo también. Ejemplo de ello, el ajedrez. Hay una estructura en el fondo que rige implacablemente cada movimiento y cada partida. Sin embargo, no hay dos partidas iguales (de hecho, es imposible ajustarse puramente a las reglas del ajedrez y realizar una partida que sea un reflejo exacto de estas reglas. Porque, pensando como Wittgenstein, las propias reglas tendrían que ajustarse a reglas más profundas que trascendieran lo que es el ajedrez, para que un juego que representa exactamente las reglas del ajedrez constituyese un juego o partida. Es decir, en la aplicación de algo lógico, de una estructura lógica o de una serie de reglas, absolutamente rigurosa e inamovible, se da necesariamente un acto creativo, una invención, algo único…. El fondo lógico no es un acto creativo sino que es aquello sobre lo que se levanta, con alas propias, el fruto del acto creativo. Ahora bien, me pregunto yo, ¿no fue ese fondo lógico, a pesar de todo, hijo de la conciencia creativa humana, el cual surge como de ninguna parte, para proporcionarse a sí un algo en que apoyarse para levantar, con puro ímpetu creativo, un sinfín de edificios y criaturas y yo-qué-sé más capaces de elevarse y volar sin atadura, capaces de burlarse de esas reglas que les dieron forma y hasta de sí mismas, como la voz del cantaor o cantante de jazz, que se desgarra y casi deja de ser voz ni nada que se apoye en notas musicales, para crear algo sublime y único, irrepetible—arte en estado puro…?)… Lo mismo ocurre con los números (las matemáticas), con las palabras, la gramática, la estructura de fondo del lenguaje humano o la de una lengua, y, después, el hecho de que no haya dos libros iguales, ni dos personas que describan el mismo hecho de la misma forma.

Educar a un niño es pensar que es único, que va a desarrollar una conciencia de sí y de todo única. Hay que proporcionarle todas las herramientas posibles con las que pueda dar forma al fruto de una curiosidad que no ha de faltar nunca. Hay que observar al niño y apoyarle en aquello hacia lo que su naturaleza tiende, sabiendo que en su naturaleza también puede hallarse la pereza y otros defectos humanos. Aquí hay que intervenir y corregir, pero después no hay que perder de vista hacia dónde se dirige la naturaleza del niño.

Un niño bien formado, al que se ha estimulado y dirigido con cariño, saber, y dejándole un espacio personal para crecer, en el que él es el que manda y orienta, acaba—me apuesto un ojo y todo el dinero del mundo que no tengo—siendo un niño bien terminado, intelectual y emocionalmente. Será pensador de lógica asombrosa y también un creador que pone patas arriba el mundo (su mundo) para levantarlo de nuevo. Más aún: cuando piense con asombrosa lógica, lo hará aplicándola a ese mundo al que ha puesto patas arriba. El pensador y creador en él serán uno.

Antonio Nieto López 
Maestro

 

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