La autoestima: Caer o Triunfar  

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La autoestima: El teatro interior en el que el protagonista es libre para caer o triunfar

Supongo que todos saben lo que significa “auto-estima”, con lo cual no es necesario que empiece este artículo con la socorrida pregunta “¿Qué es …?” No obstante, no estaría de más ahondar un poco bajo la superficie de esas aguas llamadas “auto-estima” y encontrar no ya una exacta definición (como tallada en piedra—mármol) sino las sensaciones y el mundo interior, la percepción de uno mismo y la relación que se tiene con ése que uno cree que es, en el cuerpo, mente y alma del adolescente—etapa crucial en el desarrollo de un ser humano, momento en el que se desdobla, se revela y se proyecta para siempre todo lo que se ha ido acumulando en la infancia.

Y lo que se ha ido acumulando en la infancia, ¿quién o qué lo va poniendo? ¿Por qué hay adolescentes, después adultos, que (aun teniendo talento y mil maravillosas cualidades) son una pálida versión de lo que pueden ser, y son en realidad: como una esencia exquisita y embriagadora a la que se retiene en un frasco pequeño cerrado con una vulgar tapa que quiere imponer su vulgaridad y mantener apartado, encerrado, algo muy superior a ella, un perfume, un efluvio invisible que sale, se extiende, se dispersa, parece que desaparece, pero es capaz de impregnar indeleblemente la vida a su alrededor. Muchachos y muchachas que apenas son lo que ya son, adultos que no terminarán de crecer, lastrados por sensaciones y percepciones de sí impuestas sobre ellos a lo largo de una etapa tan tierna y vulnerable, que es la infancia; impuestas por otros, el ambiente, mil cosas, no por ellos mismos, que nacieron magníficos, diseños y potencias perfectas tal y como Dios o la Naturaleza los ha querido, y que sin embargo seres muy inferiores (las vulgares tapas de los frascos antes mencionados) han conseguido reducir a meros bocetos pálidos, trazos en la arena junto al mar: una perezosa lengua de mar y un poco de espuma, y ya se desdibujó lo que Dios quiso, y si no Dios, un universo que lleva una infinidad de tiempo sabiendo lo que se trae entre manos.

Los psícologos y la ciencia se dedican con ahínco a desenredar los nudos que han ido ahogando al niño con baja auto-estima. Le intentan hacer ver lo magnífico que en realidad es, cosa bien cierta. Intentan hacer que vea todo aquello (lo negativo, lo que le hizo daño, lo que lo redujo) como algo artificial, no merecido, que le sucedió, y que en realidad él o ella es otro, un ser humano con gran potencial, capaz de ser plenamente, de existir al margen de todo lo que intentó reducirlo y convencerle de que sólo pueden volar las aves, nunca un ser humano, “en especial, tú, que eres vago e irresponsable y nunca llegarás a nada. Mira, mira los demás. ¿Estás contento contigo mismo?”….. ¡Ay! ¡Cómo duele eso! ¿Quién es capaz de quitarle ese dolor a un niño, hacer que se distancie (fría y clínicamente) de eso, y que en el fondo de toda esa porquería que acumularon sobre su cabeza, consiga descubrir al individuo que se supone que en realidad es? ¿Cómo te distancias de las palabras que te han definido? ¿Quién es algo que va más allá de todo lo que de él o ella se ha dicho, y que él o ella ha dicho, casi siempre repitiendo lo que otros dijeron—sobre todo cuando esos otros eran dioses; en la infancia tus padres y tus maestros, por ejemplo, son dioses, infalibles. Lo que dicen, es. Tú eres lo que dicen que eres. Estás hecho de esas palabras.

Yo creo en las bondades de la ciencia, pero también creo que la buena ciencia reconoce como empírico el daño que se le hace a un ser humano. No es algo que la ciencia pueda hacer desaparecer, ni deba hacerlo. No basta con decir “tú no eres todo eso que han dicho de ti”, como si esas nefastas palabras, esas maldades que de niño quisieron que creyeras, no hubieran contribuido a efectivamente construir quien eres. Lamentablemente, forman parte de quien ahora eres. En tus carnes están las cicatrices que dejaron.

La ciencia, el maestro, las buenas personas, han de ayudar al muchacho o muchacha con severa falta de auto-estima, a aceptar que lo que le dijeron e hizo daño, existió de verdad; que todo aquello ha dado forma a su persona; el muchacho o muchacha tiene que reconocer al enemigo real dentro de sí, que lo carcome y erosiona y reduce e imposibilita el que jamás le broten alas. Ese enemigo, como un cáncer, es real. No es algo debajo de lo cual está el ser auténtico, que puede desembarazarse de toda la porquería que le han echado encima, y que puede salir nadando como quien nada debajo de aguas fecales, y consigue encontrar un hueco no cuajado de inmundicias y miserias humanas, plenas de complejos y odios con los que querer reducir a otros para resarcirse uno de su propia miseria e inferioridad infinitas, y sacar la cabeza. Lo que le ocurre al muchacho o muchacha no es una fantasía o un traje de mal gusto que otros le han puesto. Es algo mucho más real, más apegado a la carne. Es parte de la misma carne. Y ahora, sabiendo lo cerca que está de uno, lo mucho que ha hecho para deformarle, ahora toca el turno de ahondar en quien uno es de verdad. Cuánto se puede conseguir, aunque a uno le hayan hecho daño. Cuánto se puede correr, aunque es totalmente real ese pie que te han lastimado para siempre. No es negando la realidad de ese pie lastimado definitivamente, como uno consigue llegar a ser un gran corredor—a veces más veloz que el nacido para competir en las misma olimpiadas. Es precisamente teniendo presente esa realidad que lamentablemente ha configurado quienes somos (en el caso del muchacho o muchacha con severa falta de auto-estima), como conseguimos correr y volar. Quizá más que si nunca nos hubieran hecho daño. La historia está cuajada de proezas nacidas de individuos a los que les tocó sufrir injustamente, a los que se injurió y quiso reducir. Es como si el universo o Dios siempre tuvieran la última palabra.

No es que recomiende el que haya dolor injusto en la vida del niño, ni que se le humille o reduzca, o se le arranquen las alas por si acaso un día hay un magnífico volador en él—cosa que siempre molesta al individuo inferior, acomplejado, malvado, que quiere reducir el mundo (que le asusta) a su tamaño, para sentirse más cómodo, más grande, menos minúsculo.

No, yo sólo puedo recomendar la felicidad, el amor, todo lo que hace grande a un ser humano, todo lo que hace crecer a un niño, a un muchacho, y también—por qué no—a un viejo. Pero si ha habido dolor injusto (y cuánto de ello hay), si ha habido humillación, etc. etc. entonces me llena de satisfacción saber que, a pesar de todo, el ser humano es capaz de cosas extraordinarias, y precisamente de lo peor, del peor y más oscuro agujero, aparentemente sin fondo, puede emerger un ser humano más libre que nadie, más capaz de volar que nadie, más capaz de hacer que a otros les salgan alas y que alcancen todo lo que en ellos ya existe y espera que con un grito de rabia, fe y talento brote y se defina para siempre.

Antonio Nieto López
Maestro

 

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