El Sentido de “Equipo”

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Un equipo es un conjunto de elementos o miembros que comparten y están en función de una meta común: una meta que no brota espontáneamente de ninguna parte ni cae del cielo, sino que es puesta, conformada, como ideal por todos los miembros del conjunto. El equipo [humano], antes de acometer la empresa de llevar a cabo un objetivo, se comporta ya como equipo cohesionado y coherente en la elaboración o definición del objetivo mismo a conseguir; lo cual nos indica que, de alguna forma, necesariamente tiene ya que haber un equipo antes de que el equipo se desdoble en sus diferentes funciones y misiones en su persecución del objetivo pre-establecido: antes de que el equipo haga una demostración práctica, a la luz del día, por así decirlo, de lo que es funcionar como equipo.

Puede ser que el conjunto de elementos o miembros no se haya cohesionado de acuerdo con su propia naturaleza (como se cohesionan las moléculas, o un grupo de niños, espontáneamente, sin que nada ni nadie los junte—salvo en una clase en el colegio) y el conjunto sea establecido por una entidad, ya concreta, ya invisible, como abstracta, que tiene poder de, y autoridad para, juntar a quienes ella (la entidad) considere oportuno; poder y autoridad, también, para imponer un objetivo a ese grupo artificiosamente, digamos, cohesionado o sintetizado (como si se tratara de un nuevo material sintetizado en los laboratorios, un nuevo plástico o metal flexible), capaz de alcanzar rápida y eficazmente el objetivo impuesto—mas, sin embargo, sin (yo diría) ser realmente un equipo el que lo haya conseguido; el objetivo conseguido es, en este caso, casi un añadido postizo o un logro accidental, pero que no está inscrito en el tejido potencial de un verdadero equipo. Es como tener un hijo con un patrón genético que no corresponde al tuyo.

Un equipo es, fundamentalmente, un conjunto de elementos (miembros) cohesionados en función de un objetivo, de algo que no se ve como elemento de ese conjunto, sino que es como una presencia invisible o una fuerza que empuja a los elementos del conjunto y dirige su esfuerzo (el de los elementos) hacia sí mismo, digamos  [como dios aristotélico]. Es algo que no se ve; sin embargo, es lo que cohesiona y conforma al equipo, y es lo que lo hace real, lo que hace que al equipo lo veamos y entendamos como equipo—pues no creo que en la historia se recuerde ningún caso de equipos que han fracasado en su misión de conseguir un objetivo, en la consecución del cual quedaran cristalizados como equipo. [Sí, ya sé que ha habido equipos que no han conseguido una final, que a agencias espaciales se les han reventado cohetes antes de conseguir el que buscaban, que grupos de exploradores se perdieron en la selva y nunca más se supo de ellos, que escritores (una persona es un equipo en sí) no consiguieron definir bien a su protagonista, que a Dios (que no es equipo, sino que es uno—como debe ser un equipo) su creación no le ha quedado todo lo perfecta que se hubiera esperado de Él … El fracaso, aunque noble, es más bien lo que definió a los anteriores emprendedores, y lo que hace—con fuerza retrospectiva—que aquellos que sobrepasaron sus límites, de alguna manera nunca fueran. Lo que recoge la historia es el fracaso de éstos: eso que borra el contorno de los que, a pesar de ser equipo, cayeron … El fracaso, de todas formas, es algo molesto para la historia. Es como una nube negra a la que se deja pasar y desvanecerse y que se desvanezca también con ella todo trazo de quienes no se realizaron. La historia más bien hace acopio de hechos positivos, logros, victorias—tiene memoria selectiva; además, sería demasiada extensa entonces la historia: islotes aislados de éxitos en un mar de fracasos—un número infinito de volúmenes, entre los cuales alguno, en algunas páginas, dejaría constancia de algo positivo, algo conseguido, una piedrecilla en la construcción del edificio llamado “Historia” en el cual nos gusta que viva y descanse la memoria que tenemos de nosotros como especie.]

La consecución del objetivo es lo que trae a la existencia al equipo—y en cuanto ya es aceptado como equipo (o es éste algo real), entonces resulta que empieza a tener historia y recordamos sus inicios y sus primeros torpes esfuerzos, sus ilusiones y sus desilusiones, y cómo por fin, a pesar de todo lo que se le opuso, consiguió su objetivo. Pero ahora me dispongo a entrar brevemente en batalla conmigo mismo, y atacarme  allí donde atisbo contradicciones en mi discurso.  Sin embargo, me detengo un poco, pues lo de “conseguir un objetivo” quizá tenga más de un sentido. Pueden conseguirse objetivos sin llevarse uno ningún trofeo. No tiene por qué ser el trofeo, la materialización del objetivo pre-establecido, lo que tenga que exclusivamente  encarnar eso de “conseguir un objetivo”. Otros objetivos también hacen que un equipo emerja a la existencia, sea, y tenga pasado y futuro—aunque no siempre sean estos equipos los que pueblen la memoria colectiva, que le gusta erigir héroes, “ganadores”, hasta seres mitológicos: Rómulo, hijo de Marte, fundador de Roma y su primer rey, por ejemplo … ¿No fueron acaso sociedades (equipos, organismos) las que perdieron batallas o incluso casi su identidad, como los pueblos casi exterminados o gravemente diezmados de la 2ª guerra mundial, la de los Balcanes, y otras ya de décadas de duración? Yo diría que no dejaron nunca de ser lo que son, ni nunca les abandonó el objetivo que los cohesionaba o daba ser. Ningún programa Nazi, por ejemplo, pudo hacer que el pueblo judío, u otro, dejara de ser el que es. Su objetivo (el del judío, por ejemplo) siempre fue ser plenamente quien es. Eso siempre se cumplió. Siempre fueron. El que se hiciera desaparecer a tantos no hace que desaparezca quienes [aquello que] son. Sólo el equipo mismo o la nación misma es gestor o gestora de su propia desaparición, de su “nunca haber sido”.

Cuando pensamos en “equipo”, tendemos a circunscribir a este ente al campo empresarial, académico, deportivo, y al campo de la investigación científico-tecnológica. Sin embargo, lo que hace que un equipo sea equipo (lo profundo de eso que cae bajo la categoría de “equipo”) se extiende a casi todo lo que necesariamente existe de manera organizada y con un fin—un fin que se halla en, dentro de, eso que existe de manera organizada (como un organismo); un fin que también forma parte de un ente u organismo mayor, al que sirve la forma o ser organizado menor, por el que es, siendo el ente mayor, a su vez, igual de dependiente de aquello que lo compone. Todo ente, todo individuo animado o inanimado, cohesionado por un fin común [las estrellas de una galaxia, los átomos de una roca, las células de una planta, las de un animal, los individuos de una sociedad], o roto en lo más hondo de sí por incompatibilidades físico-químicas o diferencias e intereses sociales o humanos, son ejemplos de algo que es a la vez sobrecogedoramente simple (por ser básicamente UNO) y complejo hasta la exasperación.

Ejemplos de conjuntos de elementos que cumplen un fin que los trasciende y los define o hace ser:

A={2, 4, 6, 8}; “A” es el conjunto de números pares positivos menores que 10. Su razón de ser no es el que posean el carácter individual de “par” (no sé si es posible el término “paridad”) de cada elemento de este conjunto, pues 2 no podría ser lo que es si (i) 4 no fuera par, (ii) si no hubiera un conjunto de números pares positivos menores que 10, (iii) si no hubiera la dimensión de “lo par” en todos los números hasta el número Infinito menos 1 o 2 (no lo sé). Si Infinito no es una cantidad concreta, determinada, es difícil concebir cuánto puede ser lo que resulte de restarle uno, dos, o casi un infinito … Lo que hace que “A” sea “A”, su objetivo, su fin, la razón por la cual es, es algo indefinible, algo inexpresable en el tejido de lo que es par, que cohesiona y da realidad a 2, 4, 6, 8. Es algo que no está entre estos números (no es un elemento más), pero que si no estuviera, haría que 2, 4, 6, 8 fueran elementos azarosamente recogidos o co-presentes (el uno presente al otro), mas, por faltarles lo que les hiciera parte de un conjunto, de una lógica (o unidad lógica), quedan aislados, sin sentido, sin ser, como un ciudadano de Canadá en un planeta a 8.000 años luz de la Tierra: ¿es ya ciudadano de Canadá? ¿Es persona? ¿Es ente biológico humano? ¿O ya no es nada de eso, y aun teniendo el aspecto o características de antes, por no tener conjunto al que pertenecer, resulta que deja de ser lo que (en sí) es?

En la Mona Lisa (cuadro que adoro), si aislásemos la boca, y de ésta, su sonrisa (¿cómo se hace eso?); si aislásemos el pelo de la hermosa cabeza de la Gioconda; si aislásemos las manos y la delicada postura de éstas (¿cómo se haría esa abstracción?); si aislásemos el rocoso paisaje del fondo y los caminos de rojiza tierra dorada y refulgente, y ya aislados todos los elementos anteriores, los pusiéramos uno detrás del otro, como en un ordenado conjunto matemático, o arrojados de cualquier forma, mas cayendo dentro de lo que pueda considerarse los límites de un conjunto, un intento de representación de algo, de una unidad significativa, ¿qué tendríamos? … No falta ningún elemento de los que conforman la Gioconda. Sin embargo, falta el objetivo: la Gioconda [falta la “forma”, diríamos en lenguaje técnico filosófico], lo que da sentido a cada uno de esos elementos, que, aislados, son meras comparsas desubicadas de un baile caótico y grotesco, casi ni son. Diríase que la propia Gioconda no está en el cuadro; lo que está son los elementos que la conforman, cohesionados de tal forma que—¡presto!—nos asalta para el fin de los tiempos, una obra maestra insuperable.

Los matemáticos y filósofos, en colaboración—formando equipo—, deberían estudiar las estructuras íntimas de lo que hace posible que haya orden en el universo, en la realidad, y hace posible que un conjunto de elementos o bien no sea ni conjunto ni elementos, para empezar, o bien hace posible que, si se los reúne de determinada forma, tengamos la Mona Lisa, una roca, un conjunto matemático, una sociedad, un equipo de profesionales o una empresa capaz de traerse a sí a la existencia por medio de un objetivo, y en la consecución del objetivo, definirse para siempre, establecerse como algo que tiene presente, pasado y futuro: algo que al llegar a ser en función del objetivo que lo define, consigue tener pasado, historia y futuro.

Otros conjuntos movidos y definidos, en su propio ser, por un objetivo, son, por ejemplo, una familia y, mucho más sutilmente, uno mismo: uno es todo un conjunto de elementos biológicos, sentires, recuerdos, deseos, metas, dolores, locuras, sensateces extremas e imposibles, obcecaciones, momentos de soberbia y de humildad, de amor y tirria, envidia y, a veces, odio; de fe limitada, también (la del materialista, que cree ciegamente en aquello en lo que sus pies se posan, sin saber que hasta eso es una ilusión y requiere de una fe ilimitada, mas no carga nunca el materialista, es curioso,  con el peso de “hombre de fe”, está libre de que le llamen eso); momentos de fe limitada, decía, y de fe ilimitada también, fe en una realidad sin límites, más allá del tiempo y el espacio … Uno mismo es un conjunto de “cosas” que compiten y colaboran, que producen estados de unión (equilibrio) y sosiego, y estados en los que uno parece romperse y disgregarse. Si organizamos todo eso bien, ¡presto!, nos tenemos a nosotros mismos, lo mejor que puede producir ese conjunto que puja siempre por ser caótico.

La palabra o idea “equipo” [humano] es una palabra que tiene raíces extremadamente profundas. No sólo obedece a las leyes gestadas en el ámbito empresarial, sino que se hunden sus raíces en el mismo ADN de la realidad—allí donde las leyes del orden (cosmos) y el caos curiosamente colaboran para producir eso indefinible que no parece estar en ninguna parte y en lo que estamos de lleno inmersos, que es la realidad, la existencia, el ser: tan de lleno inmersos, ¡como que formamos parte del tejido del ser!

“Equipo”, como conjunto cuyos miembros cumplen un objetivo, la consecución del cual los define, tanto en su presente, como en su pasado y futuro (“su pasado y futuro” nacerían del hecho de establecerse el equipo o conjunto como realidad al materializarse el objetivo), es análogo al concepto de “organismo”. Dentro de una empresa, tenemos diferentes niveles de vida organizada: el individuo, el equipo menor, y el gran equipo, que es la empresa en su conjunto.

Una empresa no es un ente natural; por tanto, sus componentes no se unen espontáneamente o por afinidad o complementariedad o unión (simbiosis) biológica o natural. Pero es un organismo que consiste en sub-organismos, organizados en sí mismos y cumpliendo un fin concreto que ayuda a mantener vivo y bien dirigido el organismo mayor al que pertenecen.

En cada conjunto u organismo, o en cada equipo humano, no es sólo el hecho de estar unidos por un fin lo que mantiene vivo al organismo y lo hace ser. Yo diría, más bien, que es la conciencia profunda e íntima en cada miembro del conjunto, de estar cumpliendo un fin, el hacer que (sin sacrificar tu individualidad, tan necesaria) el objetivo y tú seáis uno, lo que hace que al final el organismo, en la consecución del objetivo, se realice, sea algo que existe, que no se rompe en un sinfín de pedazos, porque desde un principio existe esa unidad entre el individuo y el objetivo a cumplir—al igual que en la célula individual está inscrito y, formando parte y unión con ella, el ADN, el plan, la meta llamada individuo, organismo total; mas hace falta que se produzca el individuo/el objetivo para que haya célula(s); en tanto que hay individuos, hay célula. El objetivo cumplido, materializado, trae a la existencia al equipo y hace que haya sido, que haya luchado para realizarse, realizando lo que lo mueve y hace ser. También se abre el futuro para el equipo, siempre que se logren nuevos objetivos que hagan que ese tiempo posterior al objetivo materializado que dio ser al equipo, haya existido—pues cuando el equipo no alcanza su objetivo (no necesariamente material, ni exento de fracasos), deja de ser y de haber sido.

Antonio Nieto López
Maestro – Profesor de Inglés

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