Coger las riendas de tu vida

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Hay, indudablemente, una diferencia entre “la” vida y “tu” vida. La primera es algo más bien abstracto, un marco espacio-temporal y psíquico indefinible, del que yo estoy ausente; la segunda, es aquello de lo que formo parte plenamente, pues aquello en lo que estoy [vida/circunstancias] y yo formamos un pleno, una realidad única—“radical”, como diría Ortega.

Lo que recoge la ciencia, esa vida descrita de una manera abstracta y exacta, esa vida no es la de un ser humano—no es mi vida, ni tu vida. Mi vida y tu vida, es la única vida que realmente existe para un ser humano. Lo que recogen los libros de ciencia—aun cuando se trate de algo de importancia suma, que nos permite avanzar en la medicina, curar enfermedades, llegar a las estrellas, desmontar las partes íntimas de la materia, vislumbrarnos desde otra dimensión: al menos por medio de las matemáticas, etc.—esa vida vista asépticamente, para el ser humano concreto, es tan sólo una de las cosas o actividades que ocupan su vida; su vida, la real, es mucho más amplia.

La verdadera vida, la radical (Ortega), aquella sobre la que se levanta todo lo humano, incluso la extraordinaria actividad de indagar qué es la vida (física, biológica, espiritual, etc.), es aquello constituido por ese que soy yo (o tú) y mis circunstancias (o las tuyas).

Ésa es la vida que vivo, que he de vivir, que he de construir, a la que he de dar significado—ya sea a través de la enseñanza, el arte, el deporte, el amor a los demás, la investigación de todo lo que nos rodea, etc. Ésa es la vida que para mí tiene riendas, unas riendas concretas, hechas para un solo jinete, auriga. Están hechas para mí exclusivamente. Sólo conmigo funcionan o son riendas. Además, son riendas que yo voy creando o trenzando a lo largo de eso único e incomprensible para los demás, que es “mi vida”.

A una persona sin valor nunca le salen o brotan riendas de las manos. Su caballo, o él mismo, siempre está dormido. Es un caballo ficticio, pintado. Es un caballo pintado por otros. Un cobarde se vive a sí mismo como quien contempla un cuadro: se ve pintado, definido, por otro—ahí en un marco. No es dueño de nada. Nunca le saldrán riendas, porque las riendas son como una evolución natural (casi darwiniana) en un ser que se enfrenta con el medio ambiente más complicado que existe para un ser humano: él mismo.

Coger las riendas de tu vida es no saber adónde tienes que ir, pero, sin embargo, vas—y yendo, yendo, se hacen las riendas, y más y más recio es el puño que las sujeta y dirige.

Son más los que tienen talento y capacidad que lo que se supone—pero bien pocos son los que tienen el valor de ser ellos mismos y ser testigos (diga el mundo lo que diga) de la forma que asume ese talento o riqueza que anidaba en su alma, esperando a que el valor los liberara.

Talento, inteligencia, etc. es probablemente algo que otorga la naturaleza—pero el valor sólo nace en ti. Nadie ni nada te da valor para acometer una empresa, saltar al vacío, desatarte a ti mismo y ver cómo crece y se despliega (cual magnífico castillo hinchable) ese ser misterioso para ti mismo, que eres .

Valor es no acomodarse a fórmulas ni definiciones ajenas, aunque es insensato no prestar atención al saber ajeno. Pero valor es no dejarse arrastrar por ese manso río que nos brindan las fórmulas fáciles, cómodas. Valor es que no escuches lo que yo te digo, y te escuches larga y tendidamente a ti mismo, y actúes en consecuencia—sin miedo al fracaso. Fracaso, si es auténtico, si es parte de un camino sincero, no es más que una pincelada mal ejecutada en un retrato que va forjándose, y que, al final, siempre, aunque no sea perfecto, tendrá una sonrisa de las que conmueven, sin saber por qué, hasta los huesos y te sumen en un misterio sin fondo, y habrá en esos ojos una mirada que equivale a “toda una vida”, unos ojos que no sólo miran, sino a través de los que tú, el que los miras, puedes ver lejos.

Así son los rostros, al final, de los que han cogido las riendas de su vida.

Antonio Nieto López
Maestro (profesor de inglés)

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